Hubieron tres damas en el impresionismo. En un movimiento plagado de hombres que se destacaban, hubieron tres mujeres, tres artistas y tres inspiradoras que supieron pisar fuerte en este movimiento artístico. Ellas son: Mary Cassatt,Marie Bracquemond y Berthe Morisot.
Mary Stevenson Cassatt (22 de mayo de 1844-14 de junio de 1926) fue una dibujante, pintora y grabadora americana que logró hacerse lugar en un mundo artístico dominado por los hombres. Logró sentirse parte e identificarse con el movimiento impresionista y desde allí dar a conocer un estilo único de representar la realidad. En sus imágenes bien acabadas, de colores pasteles su ojo y su destreza se detenían en representar a niños y mujeres en situaciones naturales, de crianza, de familia y de vida cotidiana. El lazo entre madres e hijos fue crucial para su obra. Así se apartó de los temas tradicionales que se pintaban en el siglo XIX, también se despojó de las figuras femeninas clásicas de la pintura religiosa o de las prostitutas elegidas por los pintores impresionistas.
Para lograr pintar, Mary Cassatt también debió abrirse paso en su familia, la cual se opuso siempre a su inclinación artística quien notaban en ella una fuerte convicción feminista. Ella perduró en su vocación, más allá de lo difícil que se le hizo vivir de su arte. Terminó volviéndose autodidacta cuando sintió que lo que la escuela de arte le deba eran formas muy preestablecidas. Y fue en Europa, recorriendo salones y galerías, los que no estaban vedados para mujeres, que conoció a los impresionistas. Esos rebeldes y bohemios artistas dieron acogida a esta talentosa artista y ayudaron a su impulso y fama definitiva. En ellos encontró un grupo de referencia, de ideas parecidas, que pintaban al aire libre, con una técnica de pinceladas agiles y colores pastel.
Algunos de sus cuadros más clásicos son: El baño del niño, (1893) Two Women Throwing Flowers During Carnival, (1872) Spanish Dancer Wearing a Lace Mantilla (1873), Niñita en un sillón azul (1878), The boating party (1893), La taza de té (1879 y muchas otras.
Así fue como esta artista logró hacerse su lugar en una época que no era fácil para una mujer y con su fuerza y de destreza pudo poner en primer plano y destacar ante los ojos atentos de los espectadores la vida de una mujer más real, más natural, más despojada de artificios y convenciones sociales y en su rol más supremo: el de la maternidad.