El arte abstracto como tal vino para romper todo tipo de convenciones y llevar a la expresión lejos de las limitaciones de lo figurativo. La escultura abstracta, como tal, vino para dar un paso más adelante, llevando esta capacidad expresiva al plano de lo tridimensional. Y es que esta es su mayor diferencia con la pintura abstracta, porque si bien ambas se basan en los mismos fundamentos, la escultura se redefine con esta tridimensionalidad tan particular.
Pero hay muchos de los recursos típicos de la escultura tradicional que se sostienen en la pintura abstracta: por ejemplo, la textura, la profundidad, los detalles y las formas geométricas marcadas o matizadas.
El color también puede resultar un elemento clave en el arte abstracto. Lo es en la pintura, pero también ha llegado a serlo en grandes esculturas. Muchos de los artistas abstractos incursionaron en ambas áreas: escultura y pintura, experimentando con texturas diversas y osadas, dando origen la denominada pintura matérica, el espacialismo (Lucio Fontana) y la escultopintura (Gerardo Rueda), donde las fronteras entre pintura y escultura se difuminan. Este es un interjuego magnifico entre pintura y escultura abstracta que ha generado grandes aportes.
Algunos recursos muy poco usados en la escultura tradicional, como el movimiento y la luz, han sido utilizados de forma destacada en algunos movimientos artísticos vinculados a la escultura abstracta: arte cinético (Marcel Duchamp, Alexander Calder) y light art (Dan Flavin, Olafur Eliasson). Entre los principales escultores que han desarrollado obra abstracta se encuentran Constantin Brancusi, Henry Moore y Richard Serra.
Un caso por demás interesante en esta materia, es el caso de la escultura abstracta española, que se había originado en el periodo de entreguerras (Julio González, Alberto Sánchez Pérez) y que se volvió realmente muy importante en la España del período franquista. Grandes referentes son por ejemplo: Pablo Serrano, Eusebio Sempere, Pablo Palazuelo, Martín Chirino, Andreu Alfaro y el grupo de escultores vascos Eduardo Chillida, Jorge Oteiza y Agustín Ibarrola. Cabe destacar lindísimas obras en la materia como son: “La petite faucille”, de Julio González, “Unidades-Yunta”, de Pablo Serrano, “Elogio del horizonte”, de Eduardo Chillida, “El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, de Alberto Sánchez”, 1937.