Emilio Pettoruti fue un pintor argentino nacido en La Plata en el año 1892. De familia numerosa, eran 11 hermanos, demostró desde joven una gran facilidad para la pintura y un gran carácter que lo llevaría a vivir su arte de una manera muy particular.
Estudió en La escuela de Bellas Artes en la ciudad de la plata y posteriormente, como marcaba el buen hacer, se trasladó a Europa para seguir formándose con los más grandes maestros. Trabajador, sencillo y con una marcada vocación por su labor, en él resonaban siempre las palabras de su querido y entrañable abuelo: “Tienes que inventar las flores y no copiarlas”. Con este legado en su mente, Pettoruti comenzó su camino arduo, incansable y hasta obsesivo. Trabajaba por las mañanas copiando los clásicos de los museos y por las tardes trabajaba como ayudante en un taller de mosaicos.
Este pintor que se convertiría en un gran artista futurista y cubista tenía ideas muy extremas y singulares. Gran autodidacta, sostenía que uno de los más grandes peligros que lo acechaban era su gran capacidad para el dibujo y pintura. Por tal motivo, para formarse, pintaba sobre arpillera que cubría con una capa de yeso. El pincel por ende se enterraba y se empastaba, su desafío era lograr una buena obra aun en este contexto adverso.
Sufrió el vivir en Europa entre ambas guerras mundiales, la violencia, el dolor y la miseria no le eran ajenos y decidió volver a la Argentina en 1924. Pero toda la valoración que Emilio Pettoruti logró en Europa, llegó a exponer a la Esposizione Futurista Lacerba, desapareció cuando llegó a la Argentina. Le dolerán a él, y a su familia los comentarios y duras críticas a lo incomprendido de su estilo. El futurismo y el cubismo eran algo nuevo para estos pagos y él nuevamente tuvo que hacerse su lugar. Figuras como Jorge Luis Borges, Marechal y Güiraldes lo acompañaron en este andar.
Sus cuadros futuristas y cubistas rebozaban de color, de formas definidas y de choque de planos. Cabe destacar algunas de sus obras como “La canción del pueblo”, pintado en 1927, a poco tiempo de haber regresado, este óleo sobre madera terciada es parte hoy de la colección Constantini Malba del Museo de Arte Latinoamericano de la ciudad de Buenos Aires; “Peras y manzanas”, óleo sobre tela del año 1932, perteneciente a una colección privada de Buenos Aires; y “El morocho maula” obra ya muy posterior, del año 1953. Ya sean hombres, arlequines, instrumentos, naturalezas muertas o músicos, en todas sus obras dominó el color, los contrastes, el choque de planos y la ambigüedad.