Poco se habla en occidente del arte oriental, y lo cierto es que, del otro lado, en oriente, el arte ha tenido un gran desarrollo y una larga historia. Tal es el arte de Japón que data de una larga historia y que se fue desarrollado a lo largo del tiempo en diversos períodos y estilos según como su población iba creciendo y mutando político y socio culturalmente. Como todo arte en cada país, este abarca las artes plásticas, la literatura, el cine y la fotografía, entre otras.
El término nihonga, por ejemplo, se utiliza para referirse a las obras artísticas japonesas y que se diferencian de las obras occidentales por sus técnicas y materiales. Así como lo es su cultura, el arte japonés concentra una rica historia cultural repleta de antiquísimas tradiciones, lo que le ha permitido desatacarse mundialmente.
El arte japonés se caracteriza por su vasta tradición, su cultura, su sutileza, pero por sobre todas las cosas, aunque no siempre lo parezca, por su eclecticismo, ya que en ella confluyen elementos provenientes de las culturas que han arribado a sus costas a lo largo cientos y cientos de años.
Aparte de este eclecticismo, otra gran característica del arte japones es su estética basada en lo sagrado, representando a los dioses, los espíritus y fuerzas que dirigen al mundo y a las criaturas y objetos que lo habitamos. En este aspecto sagrado cobró vital importancia la religión sintoísta y su devoción por la naturaleza, luego se sumó el budismo lo que trajo como resultado un interesante sincretismo.
El arte japones es delicado, estético, etéreo, sencillo y a la vez muestra un sutil desequilibrio y asimetría. Suele ser austera en sus representaciones y la naturaleza tiene un papel muy importante. Sus pinturas, a la vez que simples y despojadas se vuelven en esta relación con la naturaleza plagadas de emoción y profundidad y hasta melancolía seguramente a causa de tanto despojo y espacios vacíos. Otro ejemplo de la simpleza y lo etero de este arte es su formato. A diferencia de occidente y sus cuadros, los kakemonos eran pinturas tradicionales que se enrollan y pueden trasladar en papel o incluso en seda.
Pinturas como las “Tres señoras sentadas con linternas, tetera, candelero e instrumento de cuerda” de Kitagawa Utamaro, son un claro ejemplo de lo dicho anteriormente. Hoy esta magnífica obra se aprecia en el Museo de Brooklyn de Nueva York.
Grandes artistas como Maruyama Okyo, Katsushika y Hokusai lograron reflejar este arte único. Y es que la pintura japonesa, así como su cultura, logran poner en evidencia una cultura de la armonía, de la tranquilidad, de la calma, de la estética y del hombre en fuerte unión con este planeta que nos alberga.