Esta pintura, de este gran maestro, nos trae una visión de Jesús como quien viene a liberarnos del mal y salvar a la humanidad. Esta obra fue realizada en el año 1500 aproximadamente. Época en la que Leonardo de Vinci se encontraba también abocado a la Gioconda y a todos sus cálculos matemáticos. No obstante, supo de hacerse el tiempo para realizar este retrato en primer plano de Jesús.

Mirada serena, intensa y penetrante. Disfumada, como el resto del cuadro, casi como si aquella mirada que pierde límites se mezclara con los límites, con la realidad. Como una mezcla entre cielo y tierra o como una mirada del que ve más allá. Jesucristo se presenta grande, en primer plano, observa. En una mano, su mano izquierda, hace un saludo, con la otra, su mano derecha, sostiene una gran bola de cristal translúcida. 

En esta obra el tema principal es Jesús como aquel que salva a la humanidad, en este caso representado con la bola de cristal. A la humanidad, al cosmos entero, desde la tierra hasta las estrellas, desde el hombre hasta el último ser vivo que aquí vive. Sus ropas típicas de la época del pintor, con detalles y sutilezas en las texturas. Su pelo, suelto, peinado, marcando un sello distintivo del artista.

De hecho, fue el pelo, junto con la mirada, fue uno de los rasgos distintivos que permitió determinar a los especialistas en arte y restauración que esta obra pertenecía a Leonardo da Vinci una vez que fue encontrada. 

En el año 2006 sucumbió a un intenso proceso de restauración en el que se hicieron maravillas, ya que el estado de este óleo no era bueno al ser encontrado. Pero lamentablemente, esta obra no ocupa su lugar en el Museo del Louvre, lugar en donde seguramente podría conservarse junto a otra gran obra de Da Vinci, La Gioconda.

Fue comprada, hace pocos años, posterior a su restauración, por un multimillonario y hoy esta valiosísima pintura, la más cara subastada, pertenece a una colección privada y no ha sido vista en público desde aquella vez.

Pero las obras de Leonardo da Vinci, que no son tan numerosas, permanecen en nuestra memoria, aunque no se encuentren a disposición. Su belleza, técnica, armonía y profundidad permiten que las obras de este gran maestro permanezcan siempre vigentes. Cabe preguntarse, luego del hallazgo de Jesús Salvator Mundi, si es posible que alguna obra más sea encontrada con el tiempo. Ojalá.