Luis de Morales (1510 – 1586) fue uno de los más grandes exponentes de la pintura religiosa. Sus obras se caracterizaban por su gran fuerza, expresión, sencillez y humanidad. Por lo general sus pinturas trataban temas religiosos de corte medieval. Lamentablemente no tuvo en vida ni el reconocimiento ni el apoyo económico para acompañar su labor artística, con lo cual su obra salió a la luz tiempo después.

Lo cierto es que sus pinturas se diferencian por la técnica y también por la manera de abordar los temas religiosos. Desde la técnica maneja las proporciones del cuerpo humano de manera idónea y refinada. Logrando captar el ojo del espectador sobre las figuras al contrastar con fondos negros y un sutil interjuego de luces y sombras. La técnica del esfumato, técnica muy utilizada por él, suele acentuar este toque de refinamiento y profundidad.

Y desde la manera de abordar los temas religiosos, hay dos pinturas de este artista español que son un excelente ejemplo de su singularidad en este tema. Por un lado, “El nacimiento de la Virgen” (1560), cuya singularidad también radica en que es una de sus pocas obras en las que retrata más de una figura. Aquí, sin embargo, retrata a Santa Ana dando a luz a la Virgen. Tema de muy poco conocimiento demás esta decir. No obstante, es tratado con tal naturalidad y sencillez, la intimidad en la religión tan característica de Luis de Morales. Una Santa Ana sufriente y cansada, una niña amamantando en brazos de una nodriza y dos mujeres que la asisten.

Otra gran escena es “La Virgen y el Niño”, obra de gran naturalidad y ternura. La Virgen amamantando al niño Dios, con ternura y cierta tristeza. ¿Anticipará en esa escena todo el devenir? El niño la mira, ambas miradas se encuentran. Una pequeña mano en su rostro mientras que la otra sostiene un velo con una sutil transparencia. Es una composición profunda, madura y bien lograda. La naturalidad y la intimidad conjugadas en su máxima expresión. Una escena bien acabada en lo que respecta al detalle de las figuras, sus facciones, transparencias y texturas, pero a la vez con pocos elementos en escena, de manera de llevar al máximo el protagonismo de la Virgen y el niño.

Es esta naturalidad e intimidad con la que Luis de Morales trata temas de la vida religiosa, como acercando a los Santos a nuestro mundo, como haciendo hincapié en su humanidad, cercanía y sencillez.