Para Leonardo da Vinci (1452 – 1519) la pintura es una arte divino que implica, luego de un conocimiento extenso y un vasto estudio, llevar al lienzo lo que se observa en la realidad de la manera más fidedigna y correcta posible. No es algo improvisado o azaroso. Leonardo da Vinci fue uno de los mejores estudiosos del cuerpo humano y su anatomía. Consciente de su esfuerzo y de su habilidad en este plano comparaba su arte con una labor “divina”. Y para él la pintura era, por ende, superior a cualquier otro arte, superior a la escultura, superior a la música, superior a la poesía, … Para de Vinci la pintura nucleaba en su esencia lo perdurable y sobre todo las cualidades humanas más superiores.

La ciencia y el arte se plasman en sus dibujos. El arte de crear proviene de un trabajo intelectual que se sintetiza en un dibujo, es un producto mental. Según Leonardo da Vinci ese dibujo lleva, a su vez, a un mayor conocimiento, por eso es engrandecedor, divino.

“La Madonna de Benois”, fue pintada en el año 1480, se trata de un óleo sobre madera pasado a lienzo y es también conocida como “La virgen con el niño”. Es una obra que le llevó alrededor de 2 años finalizar. Como en todas sus obras en las que retrató a la virgen María, la realizó joven, rubia, de piel blanca y cara redondeada. Se trata de una imagen dulce de la virgen, alegre, risueña, inocente. Una virgen que materna al niño con dulzura y calidez, sintetizando así el aspecto humano y terrenal con lo devino de ella. En su brazos, el niño Jesús, un bebe regordete y rebosante de energía. Quizás, con una mirada más seria, fija en las plantas signo de la crucifixión. En esta obra se puede apreciar el estilo del artista, el reparo en cada detalle, el perfecto uso de la anatomía, la luz y el color. Las luces y sombras, en las vestimentas de la Virgen y en los pliegues de la piel del bebé. Todo es producto de un estudio minucioso y acabado. 

Hoy esta obra puede encontrarse en el museo Hermitage de San Petersburgo junto con otras grandes obras del artista.