Esta pintura fue realizada en el año 1633 en España por Francisco de Zurbarán. Ya para esa época, el aclamado pintor español había dejado de pintar santos y se había volcado a pintar, como sus congéneres, escenas de bodegones. Ya para esa época Francisco de Zurbarán era un pintor consagrado.

Francisco de Zurbarán (España 1598 – 1664) fue considerado uno de los más grandes pintores de lo que se conoce con el nombre del Siglo de Oro español. Si bien se destacó en la pintura religiosa a través de maravillosos retratos de santos, fue capaz de realizar las mas bellas pinturas de bodegones. 

Pero el pintar bodegones era un tema muy particular para retratar y aunque no lo parezca justamente su simpleza hacia que par captar el ojo y la atención humano debieran ser realizados con gran pericia.  Y es que el pintar bodegones como tema principal también acarrea una singularidad.

Es en el único tema en el que el pintor arreglar los objetos, prepara y “diseña” la escena que luego va a retratar, a diferencia de lo que sucede con la pintura de paisajes y modelos vivos. 

Esta obra en particular “El bodegón con pintores y naranjas” fue una pintura realizada sobre lienzo que detrás de toda su sencillez puede observarse una gran complejidad y es por eso que vale la pena realizar su análisis. Hay tres objetos muy sencillos en este cuadro: los limones con sus flores de azar, las naranjas y el vaso.

La composición parece precaria y los objetos forman una especie de pirámide, composición muy lejana a los bodegones coloridos y complejos realizados por los holandeses.

Es justamente la composición la que permite, en esta aparente precariedad, dar la sensación de elegancia y austeridad. En su conjunto hay una intensidad que nos lleva a querer contemplarla en silencio. Hay quienes dicen que esta sencillez y estos tres elementos aluden a la santísima trinidad y a la pureza de la Virgen María.

La genialidad de Zurbarán reside justamente en trasmitir sobriedad, profundidad y espiritualidad con detalles cotidianos, casi insulsos.

Un recorte de la realidad en los que el ojo difícilmente repara, hasta que son puestos en escena bajo su pincel, bajo su dominio de la perspectiva y la luz. Es este uso de la luz y del detalle otra de las grandes habilidades de Francisco de Zurbarán. La piel rugosa del limón, la fragilidad y sutilidad de las flores, el brillo del vaso y el plato, las fibras de la canasta.

Todo lo cotidiano puesto sobre la mesa, puesto en el altar que simboliza religión y arte en su sentido más acabado. La simpleza del detalle llevado a su máxima expresión.