El arte metafísico surgió de la mano de Giorgio de Chirico, un día de otoño de 1910, cuando estaba sentado y observando la Piazza Santa Croce de Florencia. Este pintor italiano, sintió que percibía ese lugar tan usual para él como si fuera la primera vez y a la vez proyectando sus vivencias personales más profundas de aquel día. Desde entonces, y a partir de su trabajo y sus postulados, este concepto se hizo más fuerte en el mundo del arte y todo su trabajo se abocó a reforzar esta concepción del sentido oculto y subyacente de la llamada “realidad”. 

El movimiento metafísico se basó en la idea de que algo fuera de la lógica puede resultar creíble y posible. Objetos cotidianos que se mezclan o plasman en escenarios distintos a los habituales y que tienen una conexión con realidades ocultas y subjetivas. 

Giorgio de Chirico, este pintor nacido en el año 1888 enriqueció el arte del siglo XX con estos supuestos y fue la base para otros movimientos artísticos posteriores como, ni más ni menos, el surrealismo. Sus cuadros, plagados de plazas italianas, casas, espacios vacíos, objetos y maniquíes brindan la sensación de lo atemporal y lo irreal.

Así como las ideas freudianas del subconsciente fueron la base sobre la cual se asentaron los surrealistas, así lo fueron los supuestos de Nietzsche para este pintor. En su crítica al positivismo, este postulaba que el cientificismo imperante del siglo XX llevaba a un reduccionismo de las cosas más profundas. “En la sombra de un hombre que anda bajo el sol hay más enigmas que en todas las religiones pasadas, presentes y futuras”, sostenía de Chirico. Es por eso que buscaba recuperar el sentido más profundo, oculto y no revelado de las cosas, de lo real. Mostrar justamente aquella realidad oculta, no reductible por hechos cuantificables.

Lo que de Chirico enfatiza es que Nietzsche supo llevar a la literatura el profundo significado que tiene el no-sentido de la vida. De Chirico, por su parte, logró transformar ese “no sentido” en arte y sus cuadros son un ejemplo de esto: La canción de amor (1914), El gran metafísico (1917), Las musas inquietantes (1917), El hijo pródigo (1922)La gran torre (1913), para citar entre muchos otros. En ellos se produce un interjuego de supuestos y no supuestos, de ambigüedades y omisiones que permiten que la imaginación y la proyección del espectador se active frente a estos vacíos o lo que no se ve. Diría de Chirico: “Una fábrica, una torre que se ve de modo que parece alzarse solitaria sobre el horizonte, y este no se ve, produce un contraste eficaz y sublime entre lo finito y lo infinito”.

Su pintura, pero por sobre todo su concepción del mundo volcada en su arte, impactó a muchos otros artistas, como André Breton, Max Ernst y Magritte. En el caso de Magritte, quien admiraba enormemente a de Chirico sostenía, Se trata de una nueva visión, en la que el observador reencuentra su aislamiento y percibe el silencio del mundo”.